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Foto del escritorYehudah Abraham Dumetz

EL GRIOT Y LA KORA por José Luis González Mendoza


El siguiente es un ensayo presentado en la FERIA DEL LIBRO DE SUCRE, sobre la obra EL GRIOT Y LA KORA

del escritor y poeta

Yehudah Abraham Dumetz.


El escrito fue presentado por el novelista, poeta, cuentista, ensayista, periodista y crítico de arte José Luis González Mendoza.


 

EL GRIOT Y LA KORA

La experiencia del arte en Manuel Zapata Olivella y el dialogo ininterrumpido entre dos Griot

Por: José Luis González Mendoza

¡Abobó!:

Un saludo a tono con Manuel, con una expresión yoruba para invocar y agradecer la presencia de los Orishas.

Dice un viejo proverbio africano: “al lado de un arroyo, uno no se pone a discutir si el jabón hace espuma, pues hay agua para probarlo”. Y raudales y espumas han recorrido por la literatura de Yehudah Abraham en cuanto a su conocimiento y amistad que tuvo con Manuel, solo interrumpida por una inquietante “ausencia infinita”. Además, debo confesar, que entre Yehudah y yo, existe un schibboleth: palabra hebrea del libro de los Jueces, nacida de un pasaje de la Toráh, que funciona como una contraseña identitaria, un pasaporte, una marca que te lleva a la vida o a la muerte. Schibboleth, también significa río.

Manuel Zapata Olivella, ¿será así el lugar donde todos los tropos y metáforas nos invitan a Yehudah y a mí, a tener ese santo y seña, esa contraseña, pasaporte o marca común? En cuanto a lo que a mí respecta, cargo con la certidumbre melancólica de haber sido el primer finalista del Premio Nacional de Literatura que lleva el nombre de Manuel Zapata Olivella. Por tal razón, debía comenzar por aquella afirmación hermenéutica de Hans Georg Gadamer, uno de los más grandes filósofos del siglo XX, estudioso de celan, para sintetizar la incesante búsqueda en la poesía del poeta judeo rumano, suicidado en París, quien escribió:

“Qui suis-je et qui es tu?” “¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú?”.

Si me preguntan, cuál ha sido la razón determinante de este diálogo con Yehudah Abraham Dumetz y Manuel Zapata Olivella, yo diría que es un “diálogo interior” más allá del límite del lenguaje que busca luces inciertas de la identidad del yo y del tú en la vida de ambos amigos.

Eso podemos, aun afortunadamente, preguntárselo a Yehudah. Sin embargo, por razones obvias, ya no es menester preguntarle al poeta. Aunque lo más seguro es que ni el mismo Manuel, como tampoco Yehudah, tuviesen la respuesta. Toca pues hacerlo a través de la polivalencia de la estructura literaria en donde este “YO” y este “TÚ”, no es solo el poeta, sino, más bien, ese individuo – como lo insinuó Kierkegaard- que es cada uno de los lectores de la obra. Quiero decir, que abordé este diálogo desde el horizonte de la subjetividad, porque leer a Zapata Olivella es como leer a Paul Celan: traducir el mensaje de un náufrago que llega en una botella después de años de estar flotando en los mares. De tal manera, que me limitaré a la “experiencia de la obra de arte”, que no es más que ese horizonte subjetivo de interpretación en la vida y obra de Manuel Zapata Olivella.

Comenzaré determinando el espíritu fundamental que une a estos dos personajes: el autor y su analista. Pero, ¿Cuál es ese espíritu fundamental que une al ensayado y al ensayista que hoy analizamos en este escrito? Sin duda es el espíritu dionisíaco. ¿Espíritu dionisíaco? ¿Ensayado y ensayista? ¿Cómo es esto?

Manuel Zapata Olivella: irreverente, escritor, médico y antropólogo, erudito, sincrético, medio humano y medio animal, ensamble de un dios y de un macho cabrío. Sí, como Dionisio, el dios griego. Sobreviviente de una colisión aérea entre su avión de pasajeros y un avión militar de Malambo, como pocos humanos lo han logrado. Hasta en eso fue un Ser superior a los mortales. ¿Cómo no iba a celebrar Manuel la danza, la música la diversidad y la vida? Folclorista, trotamundos, médico de caridad, como dijera de él Gabriel García Márquez – Y además… nacido en Lorica, tierra mojada, tierra de los hijos de Abraham, puesto que árabes, judíos y cristianos la habitan pacíficamente. Tierra de pobladores ancestrales (caribes, zenúes y urabáes) subyugados por el español, de africanos esclavizados y, de blancos (españoles) feudales. Se puede decir, razonablemente que, Lorica es la Tierra del Pacto Abrahámico, la tierra prometida por HaShem, la Tierra de Canaán. En realidad, así fue Manuel, producto de esa multiétnica que, como en ninguna otra parte se suscita en su tierra natal, fue dionisíaco y zaratustrano, una dualidad nietzscheriana, símbolo de la energía poética, desencadenada, exasperada y elevada por la embriaguez de la cultura y la negranza (permítanme por favor construir lenguaje). Si, Zapata Olivella, el del mito, trágico, que nos deslumbra y deslumbra a Yehudah Abraham Dumetz: su apologeta apodíctico.


Ambos, atrapados por la apasionada violencia en la expresión del arte del dios Sátiro que ha conquistado sus capacidades creadoras.


Uno, Manuel, con la filosofía yoruba y muntú, hablando y luchando por el mundo, por la igualdad del “afro” con el “blanco”, otras veces con la danza, como el “dios de pies ligeros”, acompañado de Delia, su hermana, pero, igualmente expresando el mestizaje de su pueblo.

El otro, el Griot (no de Mauritania o de Senegal, sino, de Lorica): Yehudah Abraham Dumetz, con la kora (léase: la guitarra, en la tradición local), oficiando de guardián de la tradición, ejerciéndolo, como lo hacía Facundo Cabral: unas veces contando historias a cuerda corrida, otras veces escribiéndolas en sus libros. Lo he visto y escuchado en las noches loriqueras del viejo mercado público, tocando con pasión y recitando su poderosa prosa poética. Kurt Cobain, el malogrado líder de la banda Nirvana decía que la música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre y cuando que sea bueno y tenga pasión. Eso es exactamente lo que hace Yehudah: tocar su kora, cantar con pasión y recitar su prosa poética.

Manuel y Yehudah: uno como juglar, el otro como griot. En ambos casos como lo hacía Zaratustra: bajando de la montaña, mezclándose con el pueblo y trasmitiendo su pasión al mundo. Así era Manuel, el amigo de Yehudáh: Mesías que llevaba al hombre la noticia de su salvación. El Übermensch, en palabras de Nietzsche, el Superhombre, entendido en Manuel como el advenimiento de una nueva moral para el negro, aquella que supera la esclavitud, primero física y, ahora espiritual, a la que la tradición lo sometió desde la colonia.

Manuel era un hombre valiente que no temía ni a la muerte. Se enfrentó a la oligarquía de este país defendiendo la negritud como etnia determinada en la construcción de la colombianidad (véase su ensayo: Negritud, indianidad y mestizaje en Latinoamérica en “Africanidad, Indianidad, Multiculturalidad”. 2017). Viajó a los Estados Unidos de Norte América, -seguro estoy para retar la segregación racial- (véase: “Pasión vagabunda”). Y se sentó en los puestos de adelante del autobús, por supuesto: lo enviaron a la última fila. Lo sintió en carne propia como él mismo así lo quiso.

Tal vez, por eso, en alguna ocasión, que la artista colombiana Lucía Pulido de dijo a Manuel; - “Yo estoy trabajando con la tradición, pero lo hago con mucho respeto”; Manuel le respondió: “Quítate el respeto, porque es la única manera para que la música se transforme”. Ese “Quítate el respeto”, no es más que otra forma de decir Manuel, como Nietzsche: “Muertos están todos los dioses, ahora queremos que viva el superhombre”.

¡Muera el amo! Exclama Manuel en Changó, el gran putas. Así era Zapata Olivella: vivió cincuenta años por delante de su tiempo. Un mesías que llevaba al hombre la noticia de su salvación; y al igual que Zaratustra proclama el advenimiento del Übermensch. El país, la raza están en deuda con Manuel. Ke nako, dicen las tribus sudafricanas: llegó la hora Manuel.


Para Yehudah Abraham Dumetz, Lorica ya tiene en él a su gran poeta y, para él, no queda más que aquel verso memorable de Paul Celan, judío como Yehudah, a quien amo profundamente como poeta: “El mundo se ha ido, yo tengo que llevarte…” por eso lo carga hoy aquí.





 
José Luis González Mendoza. Sincelejo Colombia, 23 de noviembre de 1956. Novelista, Poeta, cuentista, ensayista, periodista y crítico de arte. Médico de la Universidad de Cartagena y especialista en diagnóstico por imágenes Universidad de Buenos Aires. Primer finalista del Premio Nacional de Literatura Manuel Zapata Olivella. Dentro de sus obras están: El Inquisidor (novela), Donde habitan los exilios (Poesía), La naturaleza esencial del tiempo en Borges (Ensayo)

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