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Foto del escritorYehudah Abraham Dumetz

PRÓLOGO VOCES DEL EXILIO

YEHUDÁH ABRAHAM DUMETZ O ANTONIO DUMETZ SÁHER Y SUS “VOCES DESDE MI EXILIO”


La poesía no está lejos del paraíso ni del infierno. La poesía recorre los andenes de la alegría y de la melancolía. La poesía tintinea entre las gotas de agua y el fragor del desierto. Está hecha de las cosas sencillas que son las trascendentales. Está hecha de los silencios que son eufonía. El poeta es el ser que tiene la sensibilidad y el intelecto para segar las espigas de poesía que brillan por doquier. El poeta es quién deja que sus manos y su alma se unten con la melodía esencial que tienen las cosas y los hechos. El poeta no tiene que hacer viajes esotéricos ni embarcarse en naves archisupersónicas para ir a buscar la poesía: él, la vivencia donde está, la reelabora, la aprisiona en los vocablos, en notas, en colores o en figuras, en volúmenes o en movimientos.



Y la poesía restalla, vibra, se libra de fardos y de oscuridades para lucir pletórica de ensueños, ritmos, de sugerencias, aunque sus temas no sean edénicos sino naturales, humildes, aunque deba hacer referencia a los desfases e infiernos de la condición humana.


La poesía sale a la calle y se unta de dolor y de risa de los transeúntes; la poesía va al campo y danza entre los follajes, entre los frutos y el asedio de la brisa, la poesía se desprende del mar y se convierte en ola, en efluvio, en abrazo de iodo y de ondinas; la poesía va a la guerra y consuela a los desgraciados que caen en sus garras, atesora sus anhelos, les brinda un poco de sosiego, los ilumina en medio de la orfandad y de la muerte; la poesía recorre los caminos, las nubes, los ríos y va dejando estelas de fantasía y de mansedumbre y a veces de rebeldía y develación.



Yehudáh Abraham Dumetz o Antonio Dumetz Sáher, un caribeño nacido en Lorica, embrujado por las aguas del Sinú, vivenciador de la magia y la tragedia de nuestros pueblos, admirador de la palabra conmocionante de Manuel Zapata Olivella y del verbo en ocasiones humorístico y en ocasiones lírico y testimonial de Sánchez Juliao David, descubrió desde hace ya bastante tiempo que la poesía se desnudaba ante él, que le mostraba sus galas, sus misterios y su luz. Y Dumetz no pudo sustraerse al hechizo, al mandato supremo que irrigó su corazón y debió permitir que su inteligencia y su voz se pusieran al servicio de aquella dama fulgurante que a lo largo de los siglos ha permitido que los hombres sean menos felices.

De ese trasegar, de ese cumplir con mandato sublime, Dumetz ha visto nacer otro de sus poemarios “Voces desde mi Exilio”, en el que son visibles las remembranzas de la infancia, los personajes tutelares de ella, los arboles del enigma, el aljibe. Pero desfilan también su bisabuelo paterno el Sheik Manssour Ibn Sáher, Antoine de Saint-Exupéry, el Tzadik Rabbi Haïm Pinto Hakatane de la tierra Norteafricana de Marruecos que, sin embargo, son la fuente para mujeres maravillosas como la hermosa Mercedes Sosa; además teje versos en los que podemos ver elementos primarios que constituyen la vida y la nostalgia por lo que se fue y se quisiera recuperar.



En su poesía Dumetz convoca la estancia de los pájaros a los héroes anónimos y a los históricos, a quienes propician la vida o a quienes escriben los sueños. Por eso husmea respetuosos en las parábolas vitales sagradas y enigmáticas que han estado en contubernio con el pasado incierto: habla de patriarcas y de pueblos insospechados, de gentes que trajinan en otra lengua y sin embargo no olvidan la magiatura del Caribe que se confunde con la nostalgia de otros pueblos y otras gentes: interrelaciona el mundo de las culturas antiguas y las anuda a nuestro Caribe, incursiona en los ensueños trasvisto en un espejo, en un mundo de duendes, de sortilegios, de horizontes y colores.



Dumetz quiere retratar la andadura física y metafísica del hombre, sus luces y esperanzas, su muerte y resurrección. Elucubra sobre la parca y sobre zonas de vigilias y de encanto. La muerte no es lo feo sino lo que circunscribe y la colinda, nos descubre. Hace que las instancias del ayer y de otros reinos se den la mano con el ahora. Deriva hacia todo lo que convoque la vida de sus tersuras. Plantea un río heraclitiano que aflora como posibilitante de las diversas expresiones de la condición humana.

Convoca paisajes del ayer, los nombres que hacen posible la esperanza. Se remite a lo arcano y a lo clásico, se inmiscuye en los ríos de la memoria, intercala voces de nuestros ethos con voces de otras tierras, de otras historias y de la que también el poeta hace parte. Pero Dumetz se unta también de lo erótico, de lo material y salvaguarda la veneración por los cuerpos amados que pueden conducirnos al Edén. La carne fustiga y revive nuestra alma, quiere exclamar. No quiere librarse de los acosos ni de la manigua del amor. La cópula es salvación contra el hastío y contra él no ser, parece decir entre líneas.


Mas, no se crea que este poeta de dos culturas se queda en la simple enumeración o en la descripción de situaciones: se permite ironizar, hay personajes a los que sitúa en un nivel pírrico a los que desacraliza y regaña, pero hay otros a los que celebra y encumbra porque han posibilitado asir los hilos de la belleza, de la justicia o la dignidad.

Dumetz es un poeta de nuestro tiempo que no olvida otros tiempos ni otras etnias ni otros sueños, por eso desacraliza y nos enrumba hacía sus “Voces desde mi Exilio”, es decir, voces entre el Bien y el Mal, entre Eros y Tánatos, entre el vivir y el morir.


IGNACIO VERBEL VERGARA

Escritor y poeta.

Premio Nacional de Literatura.

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