1945 fue un año de muchas promesas para Occidente. La segunda guerra mundial había acabado, Europa comenzaba a levantarse de la cruenta devastación y los horrores que el nazismo había desatado. Los juicios de Núremberg se perfilaban prometedores.
No obstante, al otro lado del continente europeo, en un pueblo desconocido hasta entonces por las casas portentosas de los países desarrollados y, por sus patios traseros que exaltan los rostros tristes con nombres de países suramericanos, un cardumen de bocachico era traído por las lágrimas de Onomá que sinuosas corrían hasta llegar al mar, no sin antes dejarlos en la Venecia del Sinú, a un lado de la antigua calle del puerto, también llamada Avenida Santander, para que aquel sábado 24 de noviembre en el que Santa Cruz de Lorica celebraba sus plácemes número 169, fueran testigos del regalo que la mano poderosa del universo le obsequiaba a Lorica.
Ese día, nacía en el señorial barrio Remolino, David Ramón Sánchez Juliao. Aquel que en su infancia se extasiaba mirando llegar las embarcaciones como la Damasco y Sinú de propiedad de Shekry Fayad, o la Colombia de Salomón Ganen o también, la Victoria de los hermanos Dumett Resheallah; motonaves de la que muchos inmigrantes sirios libaneses desembarcaron para quedarse sembrados en esta huerta sinuana. Entre ellos, Abraham Elías Abdellahad Hatem y, Shekry Salvador Fayad.
El mismo chico (David) que también solía jugar con sus amigos a los vaqueros y que según, Aquilino Palomino y Gustavo Díaz Naar (Q.E.P.D) un once de noviembre, mientras jugaban con David quien lucía disfrazado de “El Llanero Solitario”, este, fuera asaltado a mano limpia por un joven mayor que lo dejaría en paños menores y al que llamaban Luchín Maldad.
De origen hebreo por vía materna, pues los JULIAO, judíos sefarditas habían llegado de Curazao (donde estaba su mayor comunidad) a Barranquilla de donde pasaron a Cartagena y finalmente a Lorica. Los Sánchez, provenían del interior del país. Fue un hombre de dos mundos, de muchas facetas, privilegiado ya que no fue ni abogado, ni ganadero como el mismo decía. Sino un escritor y narrador de historia que, a diferencia de otros narradores se fue acercando más y más al escritor comprometido y consecuente que la sociedad moderna necesita. El mismo loriquero espontaneo que a través de la cotidiana bacanidad caribeña de la oratoria nos hizo reflexionar sobre nuestra actitud pasiva frente al futuro.
¡Se nos fue David… y se fue contento! Pero no sin antes legar al Caribe y el mundo la prolongación de su memoria, su literatura. Poseía la certeza que, desde su oficio como escritor, su literatura tendría que poseer la fuerza y el convencimiento democratizador; actitud literaria que aprendió sin duda alguna de Manuel Zapata Olivella, escritor comprometido con la lucha de clases. Por lo que a partir del primer lustro de los años setentas del siglo XX, Sánchez Juliao adelanta trabajos de investigación sociológica con el campesinado sinuano al lado del sociólogo Orlando Fals Borda, poniendo en práctica la investigación acción participativa (IAP), lo que le facilitó a él, como escritor, interiorizarse con los procesos de lucha de tierra del campesinado sinuano y caribe. David plasma entonces cada historia del campesinado de forma crítica, dinamizando el recurso de la oralitura, llegando con esta a todas las clases y estratos sociales. El producto final se conoció como el audiolibro, convirtiéndose así en pionero de este “género literario” en Latinoamérica. De la metodología (IAP) se producen “Historias de raca mandaca” cuya narración contiene las historias: “Nosotros los de Chuchurubí, Arroyón y, El quemado de Corinto”. Pero también sale el cuento ¿por qué me llevas al hospital en canoa, papá?
Sin embargo, la genialidad de este escritor no quedó allí, sino que esta lo llevó a ir más allá con IAP, aplicándola en el plano citadino. Al cambiar de contexto y espacio geográfico, de esa voz y tono Rulfiano marcado en alguno de sus cuentos, sus personajes sociales ya no los vemos desarrollándose en el contexto rural y campesino, sino, en lo barrial, donde emergen sujetos de acción como Abraham Al Humor, El Flecha y El Pachanga, entre otros. En esta nueva etapa, Sánchez Juliao se adentra a un tono más urbano, minimalista e hiperrealista. No obstante, el aspecto testimonial sigue imperando como columna vertebral de la oralidad a las que se suman los testimonios de vida de personas que luego, Sánchez Juliao, convierte en personajes de sus narraciones.
Abraham Al Humor, fue inspirado en dos de los comerciantes más exitosos que tuvo el bajo Sinú. El libanés don Abraham Elías Abdellahad Jattin (padre de Salim Jattin Marxan), propietario del hotel Sicará, relacionista comercial y diplomático entre la comunidad sirio libanesa y su país de origen y, el sirio Shekry S. Fayad, propietario del Pilador Lorica S.A y de la fábrica de jabón “El Angelito”. Este último tenía su almacén y vivienda en la esquina norte del Mercado Público de Lorica, donde aún existe la vivienda con un rotulo en su frontón que dice: “Afife Matuk 1928” como índice testimonial de su estancia en Lorica. Abraham Al Humor es la historia de todo el periplo que los inmigrantes sirios libaneses tuvieron que enfrentar en una sociedad caribe cuyo estilo de vida hasta entonces era vista por los “turcos “como vida sabrosa, haraganería, conformismo y bacanidad.
En esta ciudad, Lorica, capital de provincia del Bolívar Grande, don Abraham Al Humor lucha por romper los esquemas de vida conformista en la que esta sociedad se ha desarrollado, por lo que acude a todas las herramientas que el comercio puede brindarle para hacerle frente a los chistes, chismes y mamaderas de gallo de sus vecinos del centro de la ciudad y la comunidad comerciante: “Esta de llamarlo al uno el turco es brancibal brublema de libanés en Lurica. Todo el mundo llamo a uno el turco, ¡y yo no soe turco! Soe de Zahle, Líbano. Me tene burrido todos aquí, con llamarme turco; burrido con bé de burra. Desagradecido son aquí. La trae uno el brugueso del Líbano, la brusberidad, y ello no haces nada que anventarle a uno hastorias, y llamada turco. Tene gana de ragresar al Líbano, a mi buebla Zahle, carajo. Zahle: capital du Lurica. La Alcaldía de Lurica debe estar a Zahle. Tene mucho dafecto libaneses allá en Zahle; bero la gente no e chismosa, carajo, como aquí. Lurica, la capital mundial del tijera” .
En el caso de El Flecha, sujeto inspirado también en dos personajes populares, el exboxeador y entrenador pugilista Moisés Almansa (de quien David pudo estudiar las técnicas del boxeo) y Gustavo Díaz Naar, propietario del bar El Tuqui Tuqui, cuyo caminar y hablar evidenciaban su mundo de vida dentro del personal legal de la bacanidad caribe (y en quien el viejo Davy se apoyó para su trabajo sociolingüístico). Allí en el bar Tuqui Tuqui, se daban a la cita para tertuliar los fines de semana: David Sánchez Juliao, Salim Jattin Marxan (El Salo Jattin), Jorge Jattin Vellojín (Burrito e totumo), Guillermo Eduardo Martínez (Chicle Bomba), René Puche, Erik Saleme Núñez (Erik Manzur), Antonio Dumett Sahér (El Tuerto Milé), Antonio Morales Austin, y César Julio Guzmán. La recopilación testimonial de cada uno de ellos, en especial la que dieran Moisés Almansa y Gustavo Díaz Naar, llevó a Sánchez Juliao a mirar y plasmar la vida cotidiana de los habitantes del barrio Kennedy de Lorica, cuya pronunciación en boca de El Flecha se daba con ultracorrección “Kenider”. Este barrio había sido fundado por los señores Diógenes Corena Guerrero y Armando Montalvo López en los años 60s del S. XX, adquiriendo años más tarde internacionalización a través de la literatura de casete y vinilo de David Sánchez Juliao.
Un barrio popular donde se escuchaba charanga, pachanga, son cubano, bolero, música puertorriqueña (jibaro) y por supuesto, salsa brava y, del que Sánchez Juliao narra en El Flecha, la situación de desigualdad socioeconómica en la que, no solo este barrio de Lorica estaba sumergido, sino que, se convierte en el reflejo de cualquier latitud de ciudad o barrio en el Caribe.
«[…] Nojoda, viejo Davy. Pero imagínese si uno no va a resultar boxeador en un barrio con cipote agresividad. No joooda, yo creo que yo en otro mundo en el que hubiera nacido blanco, por ejemplo, y en un barrio donde la gente se hablara con la gente, la madre si no hubiera estudiado pa' gerente, pues. La madre si no. Pero nacer uno en un barrio en donde la vieja de uno no se habla con la gente de las cuatro cuadras a la redonda, eso es una vaina tesa, cuadro, tesa. Nojoda, a la pobre gente de esos barrios como el Kenider yo no sé qué le dan, cuadro, ni qué le hacen, para que, no joda, anden siempre emputados contra los de su misma clase. Yo creo que, la madre, en las Nojoda, porque eso es mucho no gustar la gente de la gente, cuadro. Eche, y a los blanquitos, que son los entrenadores de la selección de fútbol de la humanidad, aquí y en La Conchinchina, en el Kenider y en Cafarnaún, los ves tú todo lo contrario: de cojí-pipidos. Erdaa: no pelean entre ellos ni pal putas, marica. Porque ellos sí saben que "familia que roba unida permanece unida". Y cuando medio ven que se les está jodienda la vaina sacan un pinjiter, un Carter o un Agudelo Villa y listo: se arregló la vaina. Por eso, mientras tú los ves a ellos brillando hebilla, amazorcaítos todos los año nuevos en su Club Social, allá en el Centro, el hijueputa barrio Kenider de nosotros es una corraleja humana, mano» .
Pero también, se evidencia la manera en cómo estos personajes van aceptando su destino y para eso, utilizan el humor, la mamadera de gallo como elemento disipador de la mala situación. Ya lo había dicho el nobel García Márquez: “[..] si no fuera por la mamadera de gallo, esta sería una vida de mierda”.
Por eso cuando Javier Durango, “El Flecha”, nacido y criado en el popular barrio Kennedy de Lorica, le narrara su historia como pugilista frustrado al viejo Davy (personaje que en la obra es un escritor loriquero que llega al bar Tuqui Tuqui) y las circunstancias adversas que le ha tocado vivir, las da a conocer de manera mamagallística, dentro de la bacanidad; pero evidenciando profundas heridas y complejos, propiciados por el racismo, la pobreza, la precariedad, la marginalidad y el abandono estatal a la que están destinados los sectores populares de la Costa Caribe.
«[…]tenía yo ya el ánimo en las rodillas. Pero, erda, subí al cuadrilátero brincando y tal, haciéndome el contento. Iba a pelear con el Johnny González, “la mano de piedra más fuerte de todo Córdoba».
«Erda: y ahí pasó lo que pasó: Me agarró el Johnny en el primero y taaas,un manducaso a la cara y yo, chás, a la lona; como quien dice: a besarle los pies a Coltejer. […] Noojooda, me imagino la cara del referee y la del público, y la del Johnny, marica, cuando encontraron la lona vacía. Porque, nojoda, yo, cuando llegó la luz, estaba como a cuatro cuadras del estadio, caminando pa' mi casa, marica. Salí volando, como una flecha. Siiií: yo a ese man no me le paraba más. Así es, cuadro: yo soy un caso único en el boxeo de este país: un boxeador al que la gente bautiza el día que se retira. Desde ese día soy el veloz, "el super-rápido", "el ultrasónico", "el rompecandao", "el vuela-más-quel-viento", "the arrow": "El Flecha».
Otro de los personajes de la obra de David es José de Jesús Negrete, “El Pachanga”. Este personaje fue inspirado en el chofer de camión José de Orta Urango o José Orta Urango, nacido en San Antero en el barrio Rosita, pero, loriquero por adopción, municipio al que se mudó para instalar su radio de acción y trabajo, justo en la plaza, frete a la iglesia central. Allí aparcaba su camión Ford modelo F 100 de 1948, destartalado, con una carrocería de madera, como diría el mismo Pachanga, pura llaga. El Pachanga, un negro robusto, corpulento de gran estatura cuya bacanidad estaba en su lenguaje hiperbólico, metafórico y arrevecino (jeringonza de hablar al revés) para comunicarse:
«[…] cocinera de elloj que fue, de los mijmiyoj ello. La botaron, ¿sabe? Juera vieja neracoci…» .Ya era común la costumbre en muchas casas de gente pudiente y extranjera, hablar al revés, para que el servicio doméstico no pudiera entender lo que estos decían. Recuerdo haberlo escuchado en múltiples ocasiones en la casa de mis tías (las Dumett Sahér) y en las de los Jattin Feris. Gustavo Díaz Naar quien quedó con el remoquete de El Flecha, acostumbraba también a utilizar esta jeringonza.
En el caso de El Pachanga, aprendió el arrevecino en la casa de la familia Saleme, una familia de inmigrantes sirios libaneses, propietarios del camión en el que José de Orta Urango se vinculó como ayudante del mismo. Con el tiempo, terminó comprando el camión y como él mismo decía: “Es que é legal, bacanísimo, ¿sabe?, sentirse uno mancorna o con su llaguita, con su camión, con su llave mionca, fuerte sabe, que la barra y to el mundo noj tenga el mimrno apodo a loj do, uy hermano. Erda, mira cómo me suenan loj deos hoy pué ... íra, fuI, hermano. Ej que él y yo, somoj hermano en la mejcsera'e la vida, quiero decí, ejplícome: en la jodidencia de ejte mundo; compañeritoj'e viaje, de corre-que-te-cojo. Pero ejto'e de ayer pacacito namá, ¿sabe?, porque ante de dar loj veinte mil rúcanoj que me cojtó, fue mucho el timón ajeno qu el viejo Pachanga tuvo que tirá, uy hermano ... ni le cuento porque ahí muere ujté de la impresión, sabe. Porque eso fue duro, llave, dúuuro. Fue mucho el bajotra que hubo que pasá primero. Pero así ej la davi yu nóu, que hay que manyar to loj día, y el ejtómago es nada lo que espera, ¿sabe? Si uno no le da de comer a él y tal, es él el que se lo come a uno vivo, bíbo, se lo come: bíbo” .
En obras como Abraham Al Humor, El Flecha y El Pachanga, Sánchez Juliao recrea la visión urbana del mestizaje cultural y genético como mencionó alguna vez Zapata Olivella, quizá sean esto los primeros relatos literarios de literatura urbana producida en el Sinú. Aquellas vivencias que a diario le acaecen a la mayoría de la población loriquera, como en una composición de Rubén Baldes, en donde la lucha por el sustento diario se convierte en la motivación de supervivencia de los sectores populares que, es acompañada de la mano de la bacanidad (forma de vida sabrosa) y la mamadera de gallo. Jorge Luís Borges dijo alguna vez: “La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”. Sin embargo, esta frase permite mirar de otra manera el dolor de una caída, la de El Flecha, un antihéroe popular que presume de sí mismo, convirtiendo sus derrotas en ganancia, “el buen perdedor”.
Un personaje derrotista pero digno, porque al final aceptó la victoria del rival sin protestas ni reproches. “[…]Viejo Deibi: le juro, por mi madrecita y Dios, que yo más que todo quería ser boxeador, para sacar a mi vieja de ese barrio, lamadre. Pero qué va, mano, a mí la esperanza también noquió en el quinto. ¿Quiere ver cómo narraría yo, viejo Deibi, una pelea mía con la esperanza? Vea, vea: "Vemos allá a la esperanza en su esquina, con bata francesa, zapaticos tenis americanos, pantalonetica con la bandera de los Estados Unidos, guantes de cuero fino de cabretilla; alimentaba y masajiada por el señor presidente de la república; lista la esperanza en su esquina. Y en la otra esquina, fanáticos del boxeo, Javier Durango, alias el Flecha, con tenis loriqueros de cuero de abarca, pantaloneta de lona de cama y un guante de catcher en cada mano; lo masajea y lo alimenta la jodidez de este hijueputa mundo. Listos los boxeadores en el centro del ríng, Se abrazan, la esperanza y el Flecha.
El referee, que es éste sistema de vainas, se aleja y hace la seña. Los boxeadores se cuadran en el centro del ríng, y empiezan: Gancho de derecha y swing de izquierda del Flecha que no llegan a su destino […] otro uppercut de izquierda de la esperanza, directo de derecha de la esperanza ... y se va a la lona, se va a la lona el Flecha, con un gancho de izquierda y un directo de derecha ... Va por siete, va por ocho, nueve y dieeezzz .... Knockout fulminante de la esperanza a Javier Durango, alias el Flecha, knockout fulminante, caballeeeros... […] -Puesí, hermano, viejo Deibi: la esperanza también me noquió en el primero, me tiró a la lona, sabe. Y ahí sigue la vieja mía lavando pa' los blancos y yo aquí: hablándole mierda a usté, y bebiendo pa' olvidar, cuadro. Pero lo que más me duele sabe qué es, viejo Deibi: que la botella ésta que nos estamos metiendo, ha salido de la batea de ella, de una ropa limpia que entregó ayer en la casa de los Lavalle. Fíjese: ella con su trabajo me está patrocinando todas estas vagabunderías de estarle hablando a usté aquí pa' que usté escriba su libro. Y lo otro que yo me pregunto es si la vieja mía con su lavado de ropa no estará patrocinando lo que usted va a escribir, viejo Deibi, Piense en eso. Porque yo creo que hasta la literatura en este país sale de los calzoncillos sucios de los blancos, lamadre si no…” .
Como Abraham Al Humor quien al final no quería morir en Líbano, la tierra que lo vio nacer, porque allá no era nadie: “Hijo míos, burrachinos de otros tiempos: Astoy burrido en el Líbano. Me hace falta Lurica. […]No es nadie uno aqu í en el Líbano ya. Toda familia y amigos están, como dicen allá, nel barrio del acostado. Aquí no buede ir al Club Lurica. Ni salir bur la calle ni que la digan "adiós, don Abraham". Ni que el cura la nombre a uno nel sermón del domingo burque uno ha ragalado una banca nueva bara la iglesia. Ni sale bur la amisora de cumbadre Juliado hablando de bubelinas y telas baratas. Ni gente llama bur teléfono bara juder, braguntando: "Aló, ¿Abrám babel higiénicos?". Ni nadie felicita aquí bur tener dos hijos dactores. Ni Soad, tus madre, va a jugar baraja con la asbosa del alcalde de Zahle. Ni nada. Ni la fían en nanguna barte, hijos…” .
El Flecha, un joven que quiso ser campeón mundial y sacar de pobreza a su madre y El Pachanga que sale diariamente a enfrentar las garras del hambre y lograr llevar el sustento a su casa. Tres historias opuestas, pero, cruzadas por el drama de la subsistencia que frente a la precariedad la Cultura popular sigue resistiendo. ¡Se nos fue David… y se fue contento! Aquel nueve de febrero de 2011, pero nos deja de forma crítica, la prolongación de su memoria.
Dumetz
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