(Texto para ser leído escuchando a los Tres Reyes, los Panchos o Johnny Albino y su Trío San Juan).
Todos los domingo al filo de la calle quinta con carrea veintitrés, bajo la gloriosa sombra de aquellos bohemios árboles de abeto y, la frescura emanada por el Caño de Aguas Prietas, se daban cita músicos, poetas, cantantes, amantes de las letras y por supuesto, amantes del bolero, paso dobles, son guajira, valses ecuatorianos y hasta sonatas griegas. Desde tempranas horas del día, llegaban religiosamente a este lugar, cuyo puerto era la casa de doña Rosina Calao viuda de Safar, los hermanos Calao. Horas antes Virgilio Tuñón el popular Villo, nieto de doña Rosinita, preparaba todo como buen anfitrión para recibir a estos insignes socios de la bohemia.
Primero, hacia su arribo Luis “Lagaña” Calao. Traía consigo una enorme botella de ron “Tres Esquinas”, luciendo su típico sombrero vueltiao y sus abarcas de cuero en suelas de llanta de Jeep, cuya marca Goodyear quedaba estampada como un sello en el suelo de la calle, dando fe de su entrada. Seguido, Gregorio (El Goyo) Calao, cuyas manos portaban una bolsa con suculenta comida como poderoso antídoto contra aquel ritual que apenas iniciaba.
La quinta de mis recuerdos, era una calle llena de jolgorio y mucha alegría. Eran épocas en las que podíamos disfrutar de aquellos chapuzones en las aguas arremolinadas que nos proporcionaba el Caño de Aguas Prietas, para luego junto a mis amigos de barrio en las puertas de mi adolescencia, oír tocar guitarras y cantar boleros a estos prodigiosos maestros. Juraría mientras escuchaba en la distancia aquellas canciones que se trataba de uno de esos LP del famoso Trio San Juan de Johnny Albino, o de los Panchos que en aquellos momentos sonaba. Aún recorre el laberinto de mi mente un tema en especial interpretado por el Trío los Tres Reyes:
“/Que pena me da mirarte cuando te miro, que pena me das saber lo que has perdido/
/Por jugar con el amor, con el dolor pobre de mí, hoy sufres y te lamentas lo que has perdido/
Te engañaron tus amigas te extravió la mala gente
Llora mujer con dolor…”
Estos excelentes boleristas que parió Santa Cruz de Lorica, fueron fruto de la enorme influencia que durante las tres primeras décadas del S.XX desarrollaron muchos compositores cubanos. Fue mayúsculo el aporte de este género musical que tuvo repercusión en otros países como Puerto Rico, México, Venezuela y Colombia entre otros. Durante las tres décadas siguientes (40, 50 y 60) el bolero marcó un hito en la música bajosinuana y por supuesto, en los que nacieron en la resaca de esta revolución musical. Considero que a pesar de haber nacido en la desinencia del bolero, tuve la dicha y el privilegio, de ver y escuchar quizá los últimos boleristas bajosinuanos que había erigido el S.XX en nuestra comarca.
Luego de habernos zambullido infinidades de veces en las aguas del Cañito, nos sentábamos al pie de uno de los tantos árboles cascajaleros en compañía de mis amigos, rogándole a la brisa nos secara con su invisible pero helada toalla; mientras absortos caíamos ante aquel tango de Alfredo de La Pera y que popularizara Gardel:
“Yo adivino el parpadeo de las luces que a lo lejos
Van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron con sus pálidos reflejos
Hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso
Siempre se vuelve al primer amor.
La vieja calle donde me cobijo
Tuya es su vida tuyo es su querer.
Bajo el burlón mirar de las estrellas
Que con indiferencia hoy me ven volver.
Volver, con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada errante en las sombras
Te busca y te nombra.
Vivir con el alma aferrada
A un dulce recuerdo que lloro otra vez…"
Aunque sabíamos que no era Gardel el que cantaba. Extasiados escuchábamos ese tema musical emerger como ráfagas de viento por la garganta de Salim Alberto Jattin Marzan, en una versión abolerada. El Salo Jattin tuvo la dicha que algunos cantantes no han tenido; el haber sido privilegiado con una voz armoniosa y cadencial que hicieron de él, hombre, música y son cuando cantaba.
Ligado al bolero y al juego de dominó, la bohemia en el Caribe siempre lleva un sello impreso “La mamadera de gallo”. Ésta, jamás puede faltar en una verdadera parranda. Lo que me ha llevado a creer siempre que en nuestros pueblos las lluvias que caen, mas allá de aportarles nutrientes que ayuden a las cosechas, los abona con una fuerte descarga de lo real maravilloso, permitiendo a estas tierras traer a la luz, personajes tan especiales que se pueden desenvolver en cualquier oficio que la vida le asigne, mayormente cuando de hacer reír se trata. Lorica no se quedó atrás. Como traído por Momo el dios griego de la risa, guitarra en mano, al mejor estilo de Virulo el humorista y cantautor cubano, César José Julio Guzmán. “Cesita o Chechi” como usted quiera llamarle. Este hombre de corta estatura, nacido en Santa Cruz de Lorica el 19 de Mayo de 1936, alternó en diversas ocasiones con el Trío cartagenero “Los Bucaneros”. Sin embargo, desde entonces, no ha cesado de interpretar boleros, valses, son guajira y, de hacernos reír con sus divertidos chistes.
Aquella tarde cuando la brisa secaba nuestros cuerpos mojados, escuchamos a César referir uno de sus chistes. Tanto nos hizo reír ese día que los músculos del estómago nos dolían mucho.
“En cierta ocasión un borracho entró en misa y se sentó al lado de un mocho de los brazos. Mientras el sacerdote daba la misa, el borracho empezó a hablar cuanta locura se le venía a la cabeza; en una de esas, el sacerdote abrió el misal y dijo: -Salmo ocho- y el mocho respondió, ¿porqué yo nojoda? si el que está jodiendo es este tipo que está borracho, échelo a él”.
Podría afirmar y jurar que César, está hecho de risa y que su tipo sanguíneo es RH comedia positiva. Mientras todos aún reíamos de los chistes, arribaba Marco Oswaldo Calao Pérez. Carriel al hombro y fina camisa guayabera. Este cantor de boleros y valses, vio luz en la Venecia sinuana el 25 de abril de 1931. Interpretaba composiciones de su finado hermano Carlos Ulpiano Calao. Temas como: “Arenal barrio mío” y “Lorica”.
“Lorica poemas de amores, que un día soñó Finzenú (…)
/Tus aguas todas te bañan aunque no la quieras tú/
Son tus barrios señoriales Remolino y Cascajal
/Alegres tus otros barrios/
Sobre todo mi Arenal…
Esta magnífica composición, fue durante muchas décadas el himno de todos los loriqueros. Pero Oswaldo también cantaba temas de Atahualpa Yupanqui. De este último, “Los ejes de mi carreta”. Lo cantaba con un poderoso sentimiento se abría paso desde lo más profundo de su alma. Poseía la magia de causar admiración, hacer vibrar y poner la piel de gallina en los que le escuchaban cantar. Pues lo envolvía un manto de nostalgia, victoria y alegría como inspirado por el Espíritu Santo.
“/Porque no engraso los ejes, me llamas abandonao/
Si a mí me gusta que suenen porque los quiero engrasao”
De uno en uno, de dos en dos o de tres en tres iban llegando. Entonces hacían su aparición, venidos desde la capital del oro blanco (Cereté), los hermanos Durango, Silvio y Orison. Compositores de gran trayectoria. Solían llegar primero a la casa de Antonio “El Tuerto Milé”, en la esquina de la 5ª con 22; la que todos ellos consideraban el puerto de escala obligatorio, para luego partir hacia “LOS ABETOS” como solían llamarle al templo bohemio de sus reuniones dominicales, debido a la gran cantidad de árboles con este nombre plantados en ese lugar. Los hermanos Durango eran poseedores de un gran sentido del humor, que ligado al de Antonio Milé y al de César Julio, constituían la llave perfecta para mantener una parranda amena. Silvio y Orison quienes habían adquirido una experiencia musical en Puerto Rico, eran excelentes boleristas e intérpretes de las canciones del trío Los Tres Reyes. Luego de una breve estancia en aquella casa esquina, se dirigían hacia los abetos. Junto a ellos marchaba Antonio Milé. Hombre recio como el cedro, de nariz prominente, lentes oscuros y sombrero de fieltro ladeado a la derecha. En su mano un grueso estuche de requinto. Unas fuertes sonrisas se hacían notorias en aquel lugar, todas las manos querían saludarle al tiempo; entonces, la parranda tomaba su punto y la jarana comenzaba. Era el virtuoso de las cuerdas, el Gallo giro como solía llamarle Alberto Jattin.
Aun los puedo observar tras los vidrios sepia del recuerdo. A César en la segunda guitarra, a Antonio Milé punteando con su magnífico requinto el tema musical “El almanaque” del trío mexicano antes mencionado. Y por supuesto, a los hermanos Durango cantando a dos voces, mientras Jorge Jattin Vellojin “El Gordo” grababa las canciones para la posteridad en aquella enorme grabadora.
“Milé” cuyo verdadero nombre solo conocían sus familiares y amigos más cercanos ya que a raíz de la pérdida de su ojo derecho todos en Santa Cruz de Lorica lo llamaban el “Tuerto Milé” y que según Saad Behaine Ayub eran las cuerdas más prodigiosas que el Caribe colombiano había parido.
Limberto Antonio Dumett Sahér, nombre de pila de “Milé”. Nacido el 17 de abril de 1928, en el seno de una familia de inmigrantes libaneses. Fue quizá el personaje que más influyó en los intérpretes cordobeses que intentan asimilar la estética del bolero filling. Su gran sentido del humor le permitía amenizar las reuniones bohemias con anécdotas del diario vivir, a las que le ponía mucha sazón. Como lo recordaba don José Antonio Corena Guerrero (QEPD) y, quien fuera en vida uno de sus más cercanos amigos al decir:
“Un domingo como de costumbre, nos disponíamos a parrandear y, mientras comprábamos gallina, carne salada y hueso salado para el suculento sancocho, una mujer se acercó al expendio con la intención de comprar hueso fresco. Pero, el que había era salado. Como si fuera poco, ya se había agotado el hueso fresco de res en todo el mercado. La mujer afanada pregunta al carnicero donde conseguir hueso fresco. El carnicero le contesta que no sabe y, que dudaba mucho que a esa hora ella consiguiera algo. Cuando la mujer se disponía marcharse, Milé la llamó y le dijo: - ¿Sabe usted dónde consigue todo el hueso fresco que quiera?- La mujer afanada le pregunta ¿Dónde? – Milé le responde- ¡En la casa de las hermanas Jabib encuentra todo el hueso fresco que quiera!
Efectivamente las hermanas Jabib eran unas señoras extremadamente delgadas sostenidas por su buena piel que se confundía con el alma. Milé, mecánico de profesión y guitarrista de espíritu, hombre de manos toscas y rudas. Hasta el día de hoy algunos siguen haciéndose la pregunta ¿cómo un hombre de manos ordinarias, inmerso en un oficio tan pesado como la mecánica diesel, lograra ejecutar tan limpia y maravillosamente el requinto que hasta los padres entregaban a sus hijas sin óbice alguno a sus pretendientes cuando Milé les llevaba serenata? Lo cierto es que no se tiene antecedente de guitarrista alguno en el departamento de Córdoba que pudiera tocar magistralmente como solo él lo hizo.
Este hombre de estatura promedio tuvo el mérito de debutar en escenarios con el maestro Gentil Montaña, Olimpo Cárdenas y Lucho Bowen. De ser finalista nacional por el departamento de córdoba en la Hora Philip Orquídea de Plata en la ciudad de Bogotá. De debutar en concierto con los hermanos Barrios en la emisora Miramar de la ciudad de Cartagena, con el maestro Alberto Cortez y tantos otros que según Alberto Jattin Jiménez (QEPD) no logró recordar. En 1982, Antonio Milé, César Julio y el cantante de boleros Alberto Jattin, crean el famoso Trío Lorica cuyas presentaciones eran toda una sensación. Fueron muchos los cantantes que debutaron en su momento con el Trío Lorica, como el inolvidable Gustavo Dumett Julio, de milimétrica medida, podría decirse que era la voz líder 4/40 a la hora de interpretar boleros. En 1985 el trío Lorica se presentó en la ciudad de Barranquilla a la inauguración de la colonia loriquera de origen árabe residente en esa ciudad, invitados por el ex senador y empresario Fuad Char. Para entonces asistieron Antonio Milé guitarra líder, César Julio segunda guitarra y Gustavo Dumett voz líder.
Otros ilustres personajes que vienen a nuestra memoria y que todos los domingos de la humanidad hacían bohemia en Santa Cruz de Lorica, bajo el ardiente y sonoro sol de bolero eran: el escritor Álvaro Otero; Álvaro Seña; el médico Monchi Saker; el farmaceuta Roberto Julio Galeano; los hermanos Puche (Antonio, Rodolfo y Darío) quienes con su acople de voces solían algunas veces acompañar al Trío Lorica. José Manuel Córdoba; el abogado Alfredo de León Carrillo; Julio Safar; Andrés Peinado; Jesús Nieve; el escritor Guillermo Valencia Salgado (el compae Goyo), el relojero Nicolás Vitola; Javier Benedetti de León; el comerciante Rafael Angulo; Rodolfo Safar, el locutor Juan Pernett (Juan chope), Silvio Sossa; el médico Carmelo Calao Pérez; el licenciado José María Córdoba; el Leovi Córdoba; el declamador y poeta Antonio Morales Austin; el profesor Martínez “El perro”; Anwar Dumett; Alberto Zarur; Roger Calao; Moctezuma; Fabio Amín Manzur; Nelson Núñez; El Papi de la Barrera y tantos otros que se nos escapan pero que también tienen su cuota con Santa Cruz de Lorica.
Los tiempos cambian. No obstante, la tristeza que hoy embarga a todas estas personas, es que haya desaparecido el estilo sano, ameno y creativo de la verdadera bohemia. Llevándose consigo a muchos de sus grandes personajes. Pero, más allá de esto, dejando en el cuarto olvidado de San Alejo del estamento cultural, a todos aquellos que un día participaron en eventos culturales y representaron a Lorica en otras latitudes; a esos que verdaderamente fueron los predecesores de lo que hoy es un Festival Cultural del Sinú, jamás y nunca se les ha homenajeado, ni siquiera una placa de reconocimiento hay para ellos. Parece que el “progreso” como un día lo manifestó el Dr. Fernando Díaz Díaz se vengó de Lorica. El tiempo verdugo social se ha encargado de borrar de la memoria de muchos loriqueros la deuda cultural que se contrajo con estos artistas. ¡Que pena que hoy muchos de nosotros, seamos espectadores en nuestra propia casa y no invitados o protagonistas!
Excelente relato, es como volver a vivir esos tiempos. Toño muchas gracias.