Con el aliento contenido
ante aquello que se pierde, intento
ya no escucharte demasiado.
No te niego que las mañanas transcurren
montadas en el monociclo de un estrobo
haciendo malabares
y las tardes mueren con odio
cuando me fisga la ansiedad.
La ausencia de tu cuerpo,
el protegido de tus sueños y la distancia
erosionaron la memoria; luego al caer la noche
con mi hombro entumecido de dolor
me retiro a decantar el bálsamo mortífero
de tus recuerdos.
Pero, no te equivoques,
siempre hay una mano invisible escribiéndome
una glosa que me salve del texto inexplicable de tu rostro
ornado de marchita flor de Cuba.
Entonces, por un diminuto orificio
van colándose las estrellas
que ahora cuelgan como medallas
engalanando mi pecho, encendiendo mis ojos
con fuego que incineran tu pasar
de triste y abatido festejo frente al mar.
Yehudah Abraham Dumetz
© Libro de prosa poética: “Voces desde mi exilio”
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