Mucho antes de que el Malaj Hamavet aparezca en un atardecer sobre el umbral de mi puerta, habré vivido el duelo de mi propia muerte…
Habré tomado vino y cerveza con Charles Bukowski y meado algunas latas.
Habré leído en árabe a Yibrán Khalil Yibrán y conversado un café con Darwish.
Habré enterrado a mi padre, abrazado a mi madre y olvidado a la hermana que miró mis hojas escritas con envidioso desdén…
Habré vuelto a rezar en el Kotel. Habré tomado un té en casa del poeta Amijai, recibiendo en griego el poema que kavafis me prometió y navegado en busca del Vellocino de oro con Jasòn y los argonautas. Habré olvidado para siempre cada silencio desdeñoso que algún querer me hizo en Barú, Cuba o Miami. Como también su voz, sonrisa y mirada…
Habré atravesado a pie el desierto de Sahara y pernoctado con los Beduinos en el Nèguev.
Habré aprendido a hablar el lenguaje universal que me une con cada hermano viviente porque el universo es un pentagrama musical con diferentes melodías para cada oído mortal.
Habré experimentado todo el dolor de la Shoah y comprendido el secreto del Muntù.
Habré sido todos los poetas, sus letras y fuerzas y ninguno a la vez. Solo yo y nadie más que yo porque habré vivido en un solo poema más vida que la vida, venciendo al Todo Ojos cuerpo a cuerpo al despuntar el alba.
Pero, ante todo, habré recuperado cada deseo que a golpe de latido grabaste en mi piel… cada beso que entre Ítaka y las escalas en la isla de tu balcón vuelven para quedarse para siempre en pie.
Tomado del libro de poemas "Pájaro de Fuego"
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